En un laboratorio de la Universidad Estatal de Ohio, un grupo de investigadores acaba de demostrar algo que parece sacado de la ciencia ficción: un chip hecho con hongos shiitake deshidratados puede funcionar igual que uno de silicio. No se trata de una metáfora ni de arte conceptual, sino de bioelectrónica en estado puro. Este “chip comestible” puede procesar casi seis mil señales por segundo con un 90 % de precisión y, lo más sorprendente, sin necesidad de energía constante ni de minerales raros.
El corazón de este avance son los memristores biológicos, pequeños dispositivos que “recuerdan” los estados eléctricos anteriores, como si fueran neuronas artificiales. Mientras la RAM tradicional necesita un flujo constante de electricidad para mantener los datos, los hongos pueden conservar la información por sí solos. Así, un simple micelio deshidratado conectado a un circuito se comporta como un cerebro diminuto: almacena, responde y se adapta.
Las ventajas son evidentes. Frente a los chips de silicio —que requieren litio, cobalto y procesos industriales altamente contaminantes— los hongos ofrecen una alternativa barata, sostenible y completamente biodegradable. No necesitan minería, pueden cultivarse en compost y, cuando dejan de ser útiles, se descomponen sin dejar residuos tóxicos.
El profesor John LaRocco, líder del estudio, asegura que este tipo de tecnología podría revolucionar los dispositivos de bajo consumo, la computación ambiental e incluso la exploración espacial, donde el peso y la eficiencia energética son críticos. Su equipo ya trabaja en reducir el tamaño de los chips y mejorar su rendimiento.
Si el futuro de la informática se mide por su impacto ambiental, el mensaje es claro: los computadores del mañana podrían crecer en una bandeja de cultivo.
Más información en el artículo de Gianluca Riccio para Futuro Prossimo.