La idea de mejorar al ser humano ya no es ciencia ficción. Gracias al auge de la biotecnología, la neurociencia y la inteligencia artificial, una nueva industria se está consolidando: el “human enhancement” o mejoramiento humano. Con un valor de más de 125 mil millones de dólares y un crecimiento anual del 10%, esta industria incluye desde suplementos y terapias genéticas hasta implantes cerebrales y competiciones deportivas que permiten el uso de sustancias dopantes.
Uno de los rostros más visibles del movimiento es Christian Angermayer, un millonario alemán que invierte en psicodélicos, longevidad y ahora en los Enhanced Games, unas olimpiadas en las que se permite el uso de sustancias mejoradoras. Su objetivo: romper récords sin las restricciones tradicionales del dopaje.
El mejoramiento humano se divide en tres áreas principales: suplementos, terapias genéticas e interfaces cerebro-computadora (BCI). Mientras los suplementos como la nicotinamida o la testosterona se utilizan para frenar el envejecimiento o mejorar el rendimiento mental, su eficacia sigue siendo cuestionable por falta de ensayos clínicos rigurosos.
En cuanto a la terapia genética, empresas como Rejuvenate Bio buscan revertir el envejecimiento a nivel celular, como lo han demostrado en ratones mediante la introducción de factores de reprogramación celular. Por otro lado, Minicircle ya ofrece una terapia genética para aumentar la producción de folistatina, una hormona que promueve el crecimiento muscular. Estas prácticas se están desarrollando en zonas con regulaciones laxas como Próspera, en Honduras, apoyadas por inversores como Sam Altman y Peter Thiel.
Las BCI también están avanzando rápidamente. Empresas como Neuralink, de Elon Musk, ya permiten a pacientes parapléjicos controlar dispositivos con la mente. A futuro, Musk espera que estas interfaces aumenten la capacidad cognitiva humana al conectarnos con la inteligencia artificial.
Sin embargo, esta revolución tecnológica plantea numerosos dilemas éticos y legales. La falta de regulaciones claras, los riesgos a la privacidad mental y la posibilidad de generar desigualdades son preocupaciones reales. A pesar de ello, hay señales de que Estados Unidos podría flexibilizar sus normas bajo la actual administración, lo que abriría la puerta a una ola de inversión y desarrollo acelerado.
Aunque la mayoría de personas apoyan terapias que restauran funciones perdidas, sólo una minoría acepta mejoras que superen los límites naturales del cuerpo humano. No obstante, figuras como Aron D’Souza, director de los Enhanced Games, creen que el mejoramiento será pronto un derecho humano y una necesidad evolutiva. Su visión: redefinir el envejecimiento y normalizar una “superhumanidad”.
La pregunta ya no es si estas tecnologías llegarán, sino cómo —y quiénes— decidirán los límites de lo que significa ser humano. ¿Estamos listos para dar ese salto?
Más información: The Economist