La geopolítica ya no se decide solo con tanques o tratados: también con cables submarinos, chips y modelos de IA. Desde esta lente, Eugenio V. Garcia plantea una pregunta incómoda para el Sur global: ¿tecnología para quién y para qué? Su tesis es clara: la tecnología no es neutral; refleja valores y reproduce desigualdades si se despliega sin un proyecto de desarrollo. Por eso propone una diplomacia tecnológica centrada en el desarrollo, capaz de difundir innovación, asegurar acceso e inclusión, repartir beneficios de forma equitativa y garantizar propiedad local del conocimiento.
El texto rechaza la narrativa del “nuevo Guerra Fría tech” entre Estados Unidos y China: esa lógica binaria deja fuera prioridades del Sur —conectividad asequible, talento, infraestructuras, datos en lenguas locales, servicios públicos digitales— y empuja a países a escoger bandos en vez de diseñar reglas comunes. En su lugar, sugiere un orden “multiplex”: muchos actores (Estados, empresas, sociedad civil), interoperabilidad, estándares abiertos y co-gobernanza multiactor con voz real del Sur en foros globales.
La brecha es tangible: Internet caro o ausente, fuga de cerebros, modelos de IA entrenados en pocos idiomas y datasets sesgados. Sin capacidad institucional, la tecnología se vuelve “solución mágica” que no cuaja en escuelas, sistemas de salud o administraciones. De ahí la receta: políticas “Digital First” que unan transición verde y digital; tech-diplomacia profesional (embajadores/encargados tech, equipos especializados en cancillerías); acceso multilateral a nubes y supercomputación; estándares de IA responsable con inclusión lingüística y cultural; y programas de alfabetización y transferencia tecnológica orientados a metas SDG.
El Pacto Digital Global de la ONU es un punto de partida, no de llegada. La advertencia final es política: si el Sur no define su agenda, la revolución tecnológica beneficiará a una minoría y concentrará poder. “Tech for good” exige diplomáticos que hablen dos lenguajes —el de la política y el del código— y un principio rector: que la tecnología expanda derechos, resiliencia y prosperidad, en vez de ampliar brechas.
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