ADN: el nuevo disco duro de la humanidad

Future Fiction Magazine
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Durante siglos, el progreso humano se ha medido por la invención de motores: del vapor al de combustión, de los caballos al automóvil, de los aviones a los cohetes. Cada salto tecnológico exigía diseñar un nuevo sistema de energía. La biología, en cambio, juega con reglas muy distintas: nunca inventa un motor nuevo. Desde las bacterias hasta nuestros cerebros, toda forma de vida se mueve gracias al mismo mecanismo ancestral, el metabolismo central, una red química que transforma cualquier fuente —luz solar, azufre, carne o plancton— en energía vital.

Esa diferencia revela dos filosofías opuestas. La ingeniería humana avanza desde soluciones superficiales hasta la raíz del problema; la evolución, en cambio, parte de principios básicos y los adapta sin descanso. Esa lógica descentralizada produce sistemas capaces de resistir millones de años. Por eso, mientras la miniaturización de los chips de silicio ya tropieza con los límites cuánticos, la biología juega en otra liga: una base de ADN, diez veces más pequeña que un bit electrónico, puede almacenar información con una eficiencia y durabilidad inalcanzables para cualquier disco duro. Un gramo de ADN puede guardar 200 petabytes de datos y mantenerse legible durante decenas de miles de años.

Esto no convierte a la carne en superior al metal. Las máquinas vuelan más rápido que los pájaros y orbitan donde ningún ser vivo ha llegado. Pero la comparación desnuda un hecho provocador: los seres vivos funcionan como computadoras diseñadas desde la física más elemental, capaces de optimizar energía, locomoción, defensa e inteligencia sin un ingeniero detrás.

Mientras la inteligencia artificial actual aún imita modelos neuronales de los años 60, la neurociencia ya ha rebasado esos esquemas. El mensaje es claro: si el futuro de la tecnología busca inspiración, no está en nuevos metales ni en chips cada vez más pequeños, sino en la biología, que desde hace 4.000 millones de años lleva la delantera.

Más información en el artículo de Javier Sampedro para El País.

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