Durante dos décadas confiamos en sensores y datos para “optimizar” la ciudad. Hoy, ese modelo muestra su límite: no reduce desigualdad, no repara ecosistemas, no teje comunidad. El urbanismo regenerativo propone un giro de fondo. En lugar de minimizar daños, busca revertirlos, tratar la urbe como un organismo vivo que regenera suelos, agua, vínculos y economías.
El impulso llega con el Regenerative Cities Manifesto, lanzado por el Future Food Institute y Tokyo Tatemono. La idea central es pasar de la eficiencia a la reciprocidad entre personas y territorio. La tesis tiene peso económico. El entorno construido representa casi 40 por ciento de las emisiones globales y más de 300 billones de dólares en valor de activos, por lo que habitabilidad y resiliencia son ya variables financieras. Lendlease y otros desarrolladores integran restauración ecológica y bienestar comunitario como motores de valor a largo plazo, no como costos externos.
Tokio funciona como laboratorio. En Kyobashi, un Living Lab usa la comida como interfaz cívica para unir ecología, cultura y confianza. No impone un plan maestro, ensaya, mide y adapta. La gobernanza es la otra traba y la otra oportunidad. Las ciudades siguen fragmentadas en silos, transporte por un lado, vivienda por otro. FFI y Tokyo Tatemono prueban plataformas de aprendizaje compartido, datos abiertos y metas co-diseñadas. El mensaje es político y cultural: sin confianza, no hay regeneración.
El cambio ya asoma en políticas y proyectos. Ámsterdam alinea planes espaciales, alimentarios y circulares con la Doughnut Economics. Milán prioriza cadenas cortas en comedores escolares. IKEA reconfiguró un barrio de Helsingborg con un ecosistema alimentario circular. Analistas calculan en 2,3 billones de dólares el mercado de regeneración urbana hacia 2033, mientras las finanzas sostenibles superan los 6 billones.
Más información en el artículo de Felicia Jackson para Forbes.