Un nuevo estudio sostiene que la arquitectura moderna “verde” no está frenando la crisis climática, y que las verdaderas soluciones podrían encontrarse en técnicas ancestrales de construcción. Según los historiadores Florian Urban y Barnabas Calder, responsables del libro Form Follows Fuel: 14 Buildings from Antiquity to the Oil Age, los edificios actuales son herederos de cuatro siglos de dependencia al petróleo, más que de un compromiso real con la sostenibilidad.
La investigación analizó 4,500 años de historia arquitectónica, desde las pirámides de Egipto hasta aeropuertos contemporáneos, midiendo la energía usada en construcción y operación. Los resultados son reveladores: el icónico Seagram Building de Nueva York, símbolo del minimalismo moderno, obtuvo apenas 3 de 100 puntos en eficiencia energética y demandó más energía en su construcción que la mayor pirámide de Giza. Peor aún, consumió cuatro veces más energía por metro cuadrado que la oficina promedio estadounidense en 2012.
En contraste, las casas negras escocesas o los edificios de piedra antiguos lograban aislamiento térmico eficiente, eran reciclables y utilizaban materiales locales. Aunque sus habitantes vivían con menos comodidades, esas construcciones se mantenían dentro de los límites ecológicos del planeta. Urban lo resume con crudeza: “Hoy tenemos más faraones que nunca, porque incluso los edificios comunes consumen más energía que las estructuras más extraordinarias del pasado”.
El hallazgo cuestiona la idea de que la sostenibilidad depende de alta tecnología y paneles solares. Más bien, sugiere mirar hacia atrás: reutilizar materiales naturales, diseñar espacios que aprovechen el clima local y recuperar principios de eficiencia pasiva que las culturas ya dominaban siglos atrás. Para Urban y Calder, rescatar estas técnicas no es nostalgia, sino una estrategia urgente en un sector que genera el 37% de las emisiones globales.
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