Durante años, las decisiones urbanísticas se han centrado en el tráfico, el ruido o la estética, como si la planificación del territorio fuera un asunto puramente técnico. Pero un reciente fallo judicial en Reino Unido acaba de introducir un cambio profundo en esa lógica: los animales también cuentan.
El caso Animal Equality UK v North East Lincolnshire Council marcó un antes y un después. Aunque el tribunal no anuló la autorización para construir la primera granja de salmones en tierra firme del país, reconoció algo esencial: el bienestar animal puede considerarse un factor legalmente válido en la concesión de permisos urbanísticos. Es decir, los ayuntamientos no solo pueden evaluar el impacto ambiental o económico de una obra, sino también cómo afectará a los seres vivos que dependerán de ella.
La decisión judicial llega en un momento de creciente sensibilidad social hacia los animales, reforzada por la Animal Welfare (Sentience) Act de 2022, que reconoce su capacidad de sentir. Este precedente abre una puerta inédita: la posibilidad de que los animales sean tenidos en cuenta en el diseño de granjas, zoológicos o instalaciones industriales.
El fallo no obliga a los concejos a aplicar este criterio, pero legitima que lo hagan. Y eso puede transformar gradualmente la cultura urbanística británica, igual que ocurrió con el cambio climático o la calidad del aire, temas que antes parecían ajenos a la planificación y hoy son centrales.
Cada vez más proyectos —desde criaderos hasta zoológicos— están siendo reevaluados por motivos éticos, no solo técnicos. Y detrás de esa tendencia se asoma una nueva idea de civilización: una en la que construir también implica cuidar.
El urbanismo del futuro podría medirse no solo por la calidad de vida humana, sino por la forma en que tratamos a los otros habitantes del planeta.
Más información en el artículo de Edie Bowles para The Ecologist.