En el sur de Europa, el futuro de la agricultura se está gestando en los lugares más inesperados: las tierras secas. En España y Portugal, un número creciente de inversores está apostando por transformar el paisaje rural mediante la llamada agricultura de secano intensiva, un modelo que combina rentabilidad, sostenibilidad y regeneración del suelo.
Lo que antes se consideraba un terreno limitado hoy se perfila como la nueva frontera agrícola. El auge de los proyectos solares ha encarecido la tierra irrigada, y la sequía ha obligado a repensar el uso del agua. En ese contexto, los cultivos resistentes y de bajo consumo —como el olivo y el almendro— se convierten en protagonistas de una transición productiva guiada por la ciencia y la eficiencia.
El avance de la genética vegetal permite variedades adaptadas al calor y la escasez hídrica, capaces de mantener rendimientos altos sin agotar el entorno. A ello se suman la mecanización y la economía circular, que reducen costos y residuos, fortaleciendo un nuevo concepto: la sostenibilidad como motor de negocio.
Este enfoque no solo promete beneficios económicos, sino también sociales. Al generar empleo y oportunidades locales, ayuda a frenar el despoblamiento rural y a revitalizar economías que antes estaban condenadas al abandono.
La agricultura de secano, lejos de ser un remedio de emergencia ante el cambio climático, se perfila como una estrategia de futuro. Más barata, más limpia y más adaptable, ofrece una respuesta estructural a la crisis ambiental y a la presión sobre los recursos. En ella, la rentabilidad y la regeneración del territorio no son metas opuestas, sino dos caras de una misma revolución silenciosa que ya está cambiando el campo europeo.
Más información en el artículo de Dimas Antúnez para Agromillora.