El futuro cercano de Estados Unidos podría estar marcado por un cielo repleto de drones. La Administración Federal de Aviación (FAA) está a punto de flexibilizar una de sus reglas clave: la que impide que los drones vuelen más allá de la línea de visión del piloto sin un permiso especial. Este cambio, aparentemente técnico, tendría enormes repercusiones sociales, económicas y políticas.
Hoy, quienes quieren usar drones de largo alcance —ya sea para entregar paquetes, inspeccionar cultivos o rastrear sospechosos— necesitan un permiso que suele tardar meses en aprobarse. Con la nueva norma, empresas de comercio electrónico, aseguradoras, granjas y hasta cuerpos policiales podrían volar drones a distancia con mucha mayor facilidad. Para gigantes como Amazon o para compañías como Flock Safety, que ya vende drones a la policía y ahora a negocios privados, es una victoria.
Pero detrás de esta promesa de eficiencia y rapidez, se esconde una amenaza inquietante: la vigilancia masiva. Organizaciones de derechos civiles como la ACLU advierten que un despliegue masivo de drones permitiría a autoridades y empresas vigilar manifestaciones, reuniones comunitarias o simples desplazamientos cotidianos. El resultado sería un Estado de vigilancia reforzado, con datos personales recopilados sin orden judicial y con consecuencias aún difíciles de prever.
El debate no es solo tecnológico, sino político y cultural. ¿Qué significa vivir bajo un cielo constantemente vigilado? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar privacidad por conveniencia? Mientras tanto, el reloj avanza: los ciudadanos pueden dejar comentarios públicos sobre la propuesta hasta el 6 de octubre, y se espera que la FAA publique su versión final en la primavera de 2026.
En otras palabras, el dron que hoy asocias con entretenimiento o entregas rápidas, mañana podría seguirte en la calle o vigilar tu vecindario.
Más información en el artículo de James O’Donnell para MIT Technology Review.